La minas son tan misteriosas que a lo largo de la historia se han creado muchas leyendas como las de El Tio. La llegada de los conquistadores, durante el siglo XVI, significó la parcial industrialización de los yacimientos minerales que existían en los pueblos amerindios.
Aunque los nativos conocían de antemano todos los recursos que les proveía la tierra, sus diferencias respecto a la valoración material de esos minerales, y su vaga visión mercantilista, les evitaba explotar dichos recursos que moraban bajo sus pies.
Los españoles no escatimaron esfuerzos ante el descubrimiento y esclavizaron a los indígenas, y en ellos encontraron mano de obra barata para la exploración minera. No fue sino hasta cuatro siglos después, en 1952, durante la revolución boliviana, que los habitantes de Potosí lograron librarse del yugo explotador. Los mineros se unieron a las filas liberales, con la finalidad de recuperar las tierras que alguna vez perdieron sus ancestros.
En efecto, los obreros lograron la victoria, pero su recompensa distaría mucho de lo que ellos soñaron. Después de 400 años de explotación constante, el Cerro Rico ya había mermado en sus riquezas. La ilusión de convertir a Potosí en una metrópolis se desvaneció.
La ciudad aspiraba a ser capital del Nuevo Mundo.
Hoy día, un minero puede alcanzar un salario mensual de entre 140$ a 1,400$, todo depende de su suerte y de la ayuda que le provea El Tío. Obviamente que la riqueza inmediata motiva a más de un nativo, pues la fuente de trabajo en la ciudad no es la más abundante del país.
Por otra parte, siempre existe la posibilidad de que, con un descubrimiento importante, el minero pueda abandonar por completo su trabajo en la mina e irse a otra ciudad, y de esa manera olvidarse de una vez por todas de los sufrimientos que hay bajo tierra.
El Tío, un dios pagano que mora en las profundidades
Las incontables muertes que se han producido dentro de Cerro Rico, motivaron a que los mineros crearan una deidad, cuyo trabajo consistía en protegerlos durante las jornadas de trabajo. Según los propios mineros, este dios proviene de la estirpe de satán, pues su lugar siempre ha sido cerca del infierno; la acotación se sustenta en que un dios divino jamás viviría escondido en las profundidades de una mina.
En las representaciones que existen de El Tío dentro de las minas, se le ven cachos y formas demoniacas, muy propias de ritos satánicos.
El origen del nombre se remonta a un hecho muy particular. Los habitantes de la ciudad de Potosí tenían como lengua nativa el kechwa, una lengua aborigen con siglos de antigüedad también hablada en Perú. Resulta que los primeros mineros, indígenas que habían sido esclavizados por los españoles, presenciando la cantidad de muertes que se daban en el lugar, acudieron a un párroco español, con el fin de que su dios les protegiera. Como en la lengua kechwa no existe el vocablo “d”, los nativos suplieron este sonido por “t”.
A medida que fueron pasando los años, el término “dios”, se fue adaptando a la lengua kechwa quedando “tios”. Como respuesta a fenómenos lingüísticos cotidianos, la elisión de la “s” final era inminente, lo que produjo que el producto definitivo se resumiera en “tío”. En la actualidad, la mayoría de los mineros manejan el español y el kechwa a la perfección, aunque el segundo quedó prácticamente relegado a ser usado en el hogar, mientras que el español es idioma corriente fuera de casa.
Rituales, ofrendas y sacrificios: las exigencias de El Tío
Como es costumbre en cualquier religión, los hombres deben rendir pleitesía a los dioses, de lo contrario no recibirán los favores que desean. En el caso de El Tío, estas costumbres no distan significativamente de las comúnmente conocidas, más que por un par de detalles bastantes curiosos. En primera instancia, está prohibido que los mineros ingresen a la mina sin haber masticado una cantidad considerable de hojas de coca. Según los trabajadores, masticar la coca les quita el sueño, aparte de controlar el hambre y darles fuerza.
Dentro de la mina, frente al santuario dedicado a El Tío, los mineros vuelven a repetir la faena. Solo que mientras mastican la cosa, le arrojan ciertas cantidades al dios. También los adornan con collares de colores y le prenden velas. Parte de esta ceremonia se hace con el fin de pedir beneficios a la deidad, encomendándole en primera instancia, la protección de su vida.
En segundo término, le piden que les permita encontrar algo de valor, algo que sea digno de ser celebrado. Los más jóvenes son obligados a extender su presencia frente a El Tío, para que pierdan todo miedo ante él. Aunada a estas costumbres, cada cierto tiempo, las esposas de los mineros sacrifican una llama en la fachada de la mina. Luego, cogen la sangre del animal y la esparcen por las paredes y la puerta principal.
También toman un poco de esa sangre y se la embarrotan en la cara, todo con la finalidad de satisfacer a El Tío, y para que éste sepa que ellos están totalmente rendidos ante su poder.
No son seguidores del diablo
A pesar de los tributos que le rinden a este dios subterráneo, los mineros no proyectan, en lo absoluto, seguir una religión que no sea la cristiana. Ellos fielmente acuden a la iglesia del pueblo y oran a Dios, pidiéndole buenas cosas tal cual lo haría un cristiano cualquiera.
Incluso, el padre del lugar afirma que ya se acostumbró a convivir con esa dualidad divina, pues los trabajadores están totalmente convencidos de que El Tío no debe ser abandonado porque Dios no tiene la posibilidad de entrar en las minas.
En este oficio no hay distinción de género
Del mismo modo, llevan una vida corriente a pesar de que algunas veces son señalados como los “cometierra” o son desestimados por la pobreza que irradian. Los que más sufren en este ámbito son los niños, muchos de ellos hijos de mineros que se ven en la necesidad de laborar junto a sus padres para poder proveer alimento a la casa. Los chiquillos suelen recibir maltrato psicológico en la escuela a causa de su oficio.
Esta es una realidad que sigue latente en Potosí, a pesar de que el gobierno y las autoridades académicas han llevado a cabo varios talleres que rechazan el maltrato infantil de cualquier índole.
Una vida muy corta
En 45 años se estima el tiempo de vida de los mineros, en especial aquellos que han laborado allí desde su niñez. La principal causa de muerte es la silicosis, una enfermedad producida por la cantidad de polvo contaminado que se aloja en los pulmones.
En este sentido, es fundamental decir que los mineros no poseen los instrumentos de protección necesarios para realizar tareas de excavación, pero la necesidad les empuja a no detenerse.
Los accidentes son moneda corriente en las minas
Por otra parte, las precarias instalaciones de las minas también son una bomba de tiempo. Los rieles por donde se transporta la tierra están oxidados y un corte con ellos puede significar una infección letal. Los carros de carga no tienen frenos, por eso muchos mineros han perdido la vida aplastados.
Debido a que la montaña ha sido muy explotada, las posibilidades de que se venga abajo aumentan gradualmente, y más aún cuando no hay un ingeniero calificado para llevar esta responsabilidad. Los muertos bajo Cerro Rico se cuentan en millones, lo que le dio el epíteto de “la montaña que come hombres”. Sin embargo, a pesar de lo difícil que pueden interpretarse estas condiciones de vida, los nativos aún celebran la explotación minera, enalteciendo a los mineros como si se tratase de unos héroes locales.
Este gesto se ve principalmente durante la celebración del carnaval, donde los obreros tienen un espacio exclusivo para ellos. G.V.
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