¿Alguna vez oíste de una tribu aislada en el amazonas y milenaria llena de misterio? Si no es así, hoy te presentamos a los Yanomamis. Los mitos y las tradiciones son parte esencial de la formación social del hombre. Desde sus inicios, los grupos sociales se han apegado a un que hacer que permita su identificación y que reafirme, en cierta medida, sus creencias y su pertenencia a una tribu o sociedad de cualquier tipo.
Desde rasgos que se pueden considerar simples como el corte de cabello, hasta rituales como los que se pueden realizar en actos funerarios, son todos forjadores de identidad dentro de la comunidad donde se realizan. Yanomamis. Es de esta forma como se puede percibir la gran diferencia que hay entre los rituales de una sociedad judeocristiana y los de una sociedad árabe o musulmana.
Un rito funerario como lo puede ser el entierro o la cremación de un cuerpo, el vestir de un color particular o expresar ciertas emociones, determinan la fibra de espiritualidad y religiosidad que atraviesa a toda una cultura.
En los casos de las tribus indígenas que habitan en el sur del continente americano, son muchas las formas y tratos que se le dan a los muertos. La manera en que muera, el sexo biológico y la familia a la que pertenece, son algunos de los aspectos que pueden hacer que el ritual funerario cambie dentro de una misma tribu.
Hay casos particulares dentro de las sociedades indígenas y muchas veces se escuchan mitos escabrosos sobre esta clase de asuntos. Algunos son verdades y otros son falsos. Aquí se encuentra un ritual que puede parecer desagradable y espeluznante, pero que tiene todo un significado sagrado para esta sociedad que se hace llamar los Yanomami.
La tribu Yanomami
Este pueblo indígena se encuentra relativamente aislado de la sociedad occidental moderna, a pesar de ser el más numeroso de América del Sur. Se agrupan en pequeñas aldeas de entre 40 ó 50 personas, ubicándose especialmente en los territorios de Venezuela y Brasil.
Estos indígenas construyen una especie de vivienda comunitaria en forma de círculo que posee un gran patio central donde se desarrolla la vida cotidiana. Es particular cómo en esta disposición de los espacio, no hay tal cosa como la división de un área privada y un área pública, o simplemente una división del espacio particular para cada individuo. En el centro del Shabono se desarrolla la vida social.
Comen, bailan, conversan, cuentan sus historias, mitos y leyendas, fabrican sus utensilios, enseñan a sus niños y comparten en general. Todo alrededor de la hoguera preparada en el centro. Es necesario acotar en este punto que, allí mismo, también es también creman a sus muertos.
La “sopa de plátano”, una preparación nada apetitosa
Puede sonar inoportuno hablar de comida a la hora de tratar el tema de los muertos, en especial porque en la actualidad estos asuntos tienden a cerrar el apetito más que motivarlo. Pero en realidad la comida, de la mano con los rituales funerarios, tiene una larga tradición en la historia del hombre.
En el antiguo Egipto muchos difuntos eran enterrados con alimentos –entre otras cosas- para que pudieran sobrevivir en la otra vida. En la antigua Roma se llevaban a cabo grandes banquetes en honor al fallecido, en especial si fue dado de baja en la guerra. Aun hoy en día se hacen este tipo de reuniones alrededor de una mesa llena de alimentos para conmemorar al difunto.
No debería ser extraño que en una comunidad tan primitiva como la de los Yanomami el culto a los muertos este mezclado, en más de un sentido, con la comida y su ingesta. La sopa de plátano en una preparación que se realiza posterior a la cremación del difunto.
Las mujeres preparan la sopa y los hombres muelen los huesos ya quemados del cadáver hasta volverlos un polvo fino. Paso seguido, la mezcla es ingerida por los miembros de la familia del fallecido. Este es un ritual fundamental para los Yanomamis; de no realizarse, el espíritu o alma del muerto no retornará a casa.
No es canibalismo
El termino más común para referirse a este ritual es el de “canibalismo endogámico”, circunstancia que al instante genera recelo ante estas prácticas. El ritual en sí busca redireccionar las energías del muerto, para devolverla a la tribu. Los Yanomami tienen la creencia de que la energía vital de una persona se encuentra depositada en los huesos y por ello queman la carne.
No les interesa consumir la piel o los músculos, les importa llegar a lo que consideran la parte central, donde se aloja el verdadero ser de la persona. Al quemar el cadáver, se deshacen de las energías negativas y de todo mal adquirido durante la vida terrenal, dejando solo la esencia más pura del susodicho.
El platillo es consumido primero por las personas más cercanas al fallecido y luego se va distribuyendo el resto a las demás personas de la comunidad. Este brebaje se hace en un solo envase que pasa de mano en mano y que al finalizar el ritual es destruido en el fuego, de esta forma ninguna energía se escapa. Los niños no participan de este ritual, pero se mantienen cerca para que puedan ver y aprender de la tradición.
Durante la cremación, la cual es llevada a cabo por los hombres de la tribu, las mujeres se agrupan alrededor de la hoguera para llorar y soltar lamentaciones y pequeños cantos por el difunto. Desde la inserción del cadáver al fuego hasta su extracción se cumple una metodología precisa, lo cual hace que todo el ritual tenga una coherencia y significado muy interesante.
Una clase diferente de espiritualidad
Representaciones como estas, tan diferentes a las de las culturas dominantes, son vistas comúnmente con aprensión y tachadas de salvajes. Se juzga a la ligera la creencia espiritual de estas personas y se las pone por debajo en el escalafón de desarrollo. El pueblo Yanomami, así como muchos otros, han desarrollado y mantenido estas creencias que les permiten sobrellevar la partida de seres queridos, de la misma forma que cada sociedad lo hace.
Estas tradiciones reflejan una espiritualidad que no comulga con la comúnmente expuesta por las grandes comunidades que ocupan el mundo, no obstante, representan a esas pequeñas pero muy auténticas sociedades que existieron desde mucho antes que todo lo actualmente conocido.
Son muestra del hombre más primitivo, pero también son prueba de la conexión con la vida y la muerte que existió en antaño. Esa acción de traer de vuelta la energía del fallecido se aleja de la concepción de la tradición judeocristiana de enviarla lejos a “un lugar mejor”, usualmente tildado de cielo o paraíso, sin embargo, refleja lo que siempre el hombre ha necesitado: lidiar exitosamente con el dolor impuesto por la muerte de un ser querido.
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