No saber qué pasa con el alma después de la muerte es algo que ha atemorizado a la raza humana desde los albores del mundo. Pero, así mismo, también ha servido como inspiración para crear relatos fascinantes que intentan explicar los misterios más ocultos, atractivos y elocuentes de la historia como el Ragnarok.
Este fenómeno evolucionó a un punto tal que incluso, las historias más simples, se convirtieron en relatos elaborados, dando pie a la construcción de una cosmología integral, con la finalidad de que pudiera servir como guía para la vida.
Dicho patrón se repitió en muchas culturas alrededor del planeta, pero la escandinava, a través de los vikingos, fue un paso más allá. Los cuentos pueblerinos comenzaron a caracterizarse por sus detalles místicos, elemento que terminó convirtiéndolos en todo un compendio religioso que llamaba a respetar lo sobrenatural como una fuerza mayor que regía el mundo guiado por la mano de Odín, el dios más poderoso.
La guerra como principal motivación
Los pueblos nórdicos son originarios de Escandinavia. Durante la era vikinga estaban conformados en tribus y cada una se especializaba en una labor específica, ya sea la agricultura, la caza o la realización de material bélico. Todos los allegados a esta cultura compartían un afán común: las ganas inconmensurables de ir a la guerra.
Aprendieron que a través de los conflictos bélicos podían abastecerse de todo aquello que les faltara, aprovechando al máximo el botín que pudieran ganar destruyendo otros poblados. Una gran porción del oro recogido pasaba a formar parte de las llamadas “empresas comerciales”, una especie de institución que se encargaba de servir como banco para que los guerreros pudiesen comprar algunas cosas después de la muerte.
Los vikingos fueron conocidos alrededor el mundo por su sed de lucha. Conquistaron, saquearon y destruyeron en zonas significativamente distantes de su lugar de origen. Esto representa todo un logro histórico, pues las batallas se remontan a tiempos en los que las grandes embarcaciones de vela no existían. Sus majestuosas características corporales han inspirado miles de leyendas, en muchas de ellas son comparados incluso con demonios, debido a la corpulencia de sus extremidades y el semblante de su actitud.
No obstante, la vida en la tierra era solo un periodo de entrenamiento para los vikingos, pues la única motivación en sus vidas era hacerse lo suficientemente rico para, al morir, poder luchar en el Ragnarök junto con Odín y los demás dioses. La riqueza aseguraba comprar un lugar en el campo de batalla divino.
El honor de morir en batalla
Es bien conocido el deseo vikingo por conquistar y pelear en tierras extranjeras. Ellos fueron los grandes aventureros de los mares, incluso antes de los piratas. La necesidad de conquistar y someter a pueblos más débiles, cuyas riquezas superaba las suyas con creces, era una actividad indispensable para tener una mejor calidad de vida. Es por esto que no extraña que todos sus dioses fueran guerreros, excepto por el dios de la tierra y el de la muerte.
Para un vikingo la muerte no era el fin. Ellos consentían que la vida en la tierra solo era un tiempo de paso donde tenían que entrenarse para terminar reunidos en el Valhalla con Odín, el dios que todo lo ve. Una vez reunidos con él, podían recibir el honor de entrar en el salón de las batallas para pelear a su lado hasta morir, y levantarse a la mañana siguiente con más oportunidades para poner a prueba sus capacidades en la lucha. Este era el mayor honor y todos lo querían alcanzar, a pesar de saber que ninguno de ellos podía a entrar en el Ragnarök.
Orar a la muerte para traer la vida
En la jerarquía monárquica de la sociedad vikinga, los sacerdotes o chamanes se disponían a destacar entre las figuras más importantes. Sus obligaciones consistían en servir de puente entre los dioses y los hombres, además de predecir el futuro y regir el destino de las batallas. Este último punto era de vital importancia para los guerrero, pues gracias a ello podían intuir cuán grande sería su fama y si Odín los recibiría o no tras su muerte. Cuando llegara la batalla final, ningún vikingo quería estar fuera del panteón heroico.
La importancia del Ragnarök radica en sus consecuencias, en lo que sucedería tras la lucha más sangrienta de la historia, según los nórdicos. Cuando la tierra quede devastada y no haya nada por lo que vivir, el mundo surgirá de nuevo, siendo un lugar apacible y mucho más fértil que antes. También tendrá campos de cereales en abundancia, la cosecha nunca faltara y, más importante aún, se dice que los hijos de los dioses Odín y Thor sobrevivirán para ocupar un trono nuevo y un martillo más poderoso.
Vivir mejor tiene un precio muy alto
Después de la guerra final, solo dos seres humanos seguirán con vida: un hombre y una mujer que lograrán ocultarse dentro de una madriguera en el bosque sagrado de Hodmímir, el único lugar en que la destrucción no llegará. Según el mito, la pareja será responsable de repoblar el mundo, muy parecido a lo que la biblia indica acerca de Adán y Eva. También tendrán la responsabilidad de enseñarles a los nuevos pobladores cómo fue que sus dioses pelearon contra los usurpadores para que el mundo tuviera la oportunidad de ser mejor.
Al igual que la religión católica, los vikingos creían en el infierno, solo que para ellos estaba mucho más cerca de la tierra. Así mismo, también cuentan con su propio apocalipsis, donde los guerreros divinos pelean hasta morir y ven cómo la tierra sucumbe ante el fuego, cómo el sol se oculta para siempre y las estrellas dejan de brillar en el cielo. La penumbra reinará y el mar se tragará la tierra; todas estas calamidades sufrirán los hombres hasta que el ciclo se haya cumplido y pueda aparecer una nueva era para los héroes venideros.
Después del Ragnarök, la promesa es un mundo libre de hastío y maldad. Los vikingos, a diferencia de los cristianos, nunca temieron al fin. Sabían que jamás tendrían la fuerza para detener el destino incierto al que reconduce la guerra, y mucho menos serían capaces de hacerle frente. Estos guerreros solo vivían en tiempo presente, aprovechando cualquier oportunidad para demostrarles a los dioses que eran útiles en la lucha que se desarrollaría en los cielos. Su sentido de pertenecía iba más allá de la vida y de la muerte.